La otra cara del humorista colombiano vista desde una perspectiva más real y menos cómica.
CORTINA DE HUMO
Una casa seguida de otra y de otra, y así a lo largo de la calle que guarda una uniformidad difícil de encontrar hoy en día en Bogotá, invadida en sectores como este -el norte- por el monopolio de la construcción de grandes, modernas y costosas edificaciones. Es un callejón cerrado por lo que hay poco movimiento, se debe estar atento a la dirección, ya que cualquier descuido implicaría reiniciar la búsqueda por la casa correcta.
De repente, la quietud y el silencio son quebrantados. De un auto blanco salen los que a primera vista parecerían artistas de un circo; con vestidos llamativos, pelucas y una algarabía característica que rompe totalmente con el cuadro inmóvil del callejón desolado. Así, entran a una de las casas sin necesidad de ser anunciados a la entrada.
Lo que se pensaría es “la casa del circo”, cambia de forma al encontrar parqueados una moto que por su aspecto se confunde con una Ducati (pero no lo es) y un Mazda 3 Hatchback del año. Adentro, la casa se transforma totalmente y se convierte en oficina; con una pequeña recepción; una pequeña sala donde en sus paredes se encuentran los anuncios de varias de las presentaciones del dueño real de los vehículos y de la casa; un comedor que desencaja dentro del contexto y al fondo la puerta abierta de un estudio, de allí sale la voz no tan fuerte, no tan débil de Guillermo Orozco, conocido por grandes y sobre todo por chicos como Memo.
Entrar al estudio es llegar a otra atmósfera, una atmósfera contaminada y que golpea tan fuerte que no queda otra opción que toser y aguantar o simplemente salirse. El humo del cigarrillo nubla un poco la vista y hace incómoda la estadía de aquel que no fuma y que por primera vez visita a Memo en su lugar habitual de trabajo, que no es como se creería un estudio de televisión, sino la casa-oficina en el callejón sin salida.
Detrás de la cortina de humo, está Memo sentado en un sofá negro, vestido con un pantalón y camiseta negra, ésta última de estampado colorido. Está dándole la orden a su secretaria de irse lo más rápido posible a conseguir unos implementos para el show que tendrá al día siguiente; saca el dinero para el taxi de su billetera y se lo entrega a la mujer que con un gesto de alivio lo recibe. A su vez el humorista, argentino de nacimiento, sostiene con su mano izquierda a uno de sus mejores aliados: el cigarrillo, junto a él reposa un cenicero que guarda la evidencia de los que seguramente ha fumado en el día o quizá solo durante la tarde. Mientras fuma, da órdenes y recibe llamadas Memo parece centrar su atención en su computadora portátil; tiene más de 5 ventanas abiertas, más el Messenger y una videollamada. Es el mismo Orozco quien afirma: “no mantengo equilibrio en mi vida, me he desequilibrado en muchos aspectos precisamente porque hay 10 mil cosas por hacer, desarrollar y trabajar”.
Pero, a pesar de estar realizando más de tres actividades al tiempo, inconsciente o conscientemente Memo las jerarquiza. Ése es tal vez su método para cumplir con todas las cosas que hace a la vez. Pero existe alguien a quien atiende con sus cinco sentidos, a quien obedece como si fuera uno de los niños que suele entrevistar en su espacio Sábados Felicitos: Niria Montero, su manager y con la que en algún momento formó una familia y un matrimonio.
OVEJA CON PIEL DE LOBO
De su matrimonio con Niria nacieron Daniel y Sebastián. “Los eduqué siendo amigos, se reprendieron muy poco, los he tratado como quisiera que mis papas hubiesen sido”, explica Memo mientras Niria fumando, lo presiona con gestos para que siga con su trabajo. Ella acaba de llegar a cumplir su función de manager, él se deja persuadir y la sigue. “A pesar de haberse separado, ellos siguen trabajando juntos. En ese aspecto ambos se entienden muy bien”, señala Angélica Reyes, amiga de Guillermo Orozco.
Aunque Memo es reconocido por su particular sentido del humor, muy pocos saben lo que hay detrás de la risa. Buzo profesional de la Escuela Naval de Barranquilla, Guillermo Orozco se lanza a una experiencia marina, y narra esa experiencia con un cierto brillo en los ojos como queriendo revivir detalle a detalle las sensaciones que evocan en él esos recuerdos: “Cada vez que buceaba me metía en un mundo profundo, me sentía solo, es una de las aventuras más lindas que se puede tener en la vida, definitivamente me encanta esa soledad, sentirme sin nada que hacer y tener tiempo para pensar en uno mismo”.
Soledad, inactividad e introspección son las cosas que ahora Memo tiene más descuidadas, el trabajo es su prioridad; “más que adicto, me encanta trabajar, estar creando cosas nuevas y divertidas. Además me distraigo trabajando”.
Niria lo observa de cerca, está pendiente de lo que Orozco hace y dice, es prácticamente como su sombra, llegando un poco más allá, como su consciencia; “a ella le consulta qué hacer y cómo hacerlo, se complementan los puntos de vista”, afirma Reyes.
No obstante, a pesar que su trabajo fuera de las cámaras ocupa gran parte de su tiempo Memo sabe que carga con un peso adicional: el reconocimiento público; y no le avergüenza admitir que la fama existe porque la ha conocido y experimentado: “uno sabe que es famoso porque la gente lo saluda, lo quiere, le pregunta cosas. La fama es simplemente otra cosita adicional que se tiene aparte de una vida normal”.
Gracias a esa fama, la empresa Memo O. es contratada por grandes compañías tanto nacionales como multinacionales para animar sus eventos privados. “Me parece muy inteligente y muy destacable la incursión de Memo en el mercadeo, lo ha hecho bien y por eso ha tenido una buena acogida entre los clientes” dice Angélica Reyes.
MEMO, MEMITO, MEMO
Bernardo Cañón es el proveedor de las tarimas que utiliza Memo en sus shows desde hace dos años. Ha asistido a más de 6 eventos junto con Nicolás, su hijo de 7 años, quien es y ha sido invitado especial por el simple hecho de ser niño.
Antes de dar inicio al evento Memo y Niria hablan con los pequeños invitados al show. Los niños y sus padres llegaron hasta el Hotel Capital en Bogotá para convertirse en los protagonistas del evento que patrocinan el ICBF y una reconocida multinacional con el objetivo de lanzar una campaña de donación de un millón de pañales a bebés de escasos recursos.
Los minutos previos al show son tensionantes para Memo. Fumar es una función automática: uno tras otro. Entra y sale del hotel alrededor de tres veces, habla con Bernardo y saluda a Nicolás. Cuando se reúne con todos los niños, Guillermo Orozco, vuelve a ser Memito, el pequeño que dejó de ser hace años, pero que regresa con cada espectáculo infantil. “Memo le transmite mucha energía a los niños, eso hace que se les quite la pena y se desenvuelvan mejor” admite Bernardo, quien sostiene la chaqueta de Nicolás y lee el periódico confiando plenamente en que su hijo está en buenas manos.
Niria se encarga de los niños por unos minutos, luego los regresa a sus padres. Deja de lado su faceta de control para mostrar la de madre cariñosa y comprensiva, tal vez como lo fue y aún es con Sebastián y Daniel.
El evento está retrasado; Memo reemplaza por un instante -no por mucho tiempo- el cigarrillo por una taza de café, mientras sigue de un lado a otro conversando con periodistas, ejecutivos e invitados.
De repente sale Niria y pregunta por una de las niñas, Alejandra. No la encuentran, y en medio de su afán disimulado Memo calma a la mamá: “Ya, ya la están buscando”. Finalmente Alejandra aparece con una sonrisa en su rostro y sin saber qué es lo que está sucediendo; vuelve la aparente calma y continua el retraso.
Después de una hora, Memo sube al escenario. Completamente transformado, irradiando energía, anima a los asistentes como si ellos también fuesen niños. Salta, baila y canta. Memo Orozco se muestra totalmente desinhibido. Ahora es cuando “Memito” sale al ruedo a dar todo de sí, a jugar como niños con todos los adultos.
A un lado Niria lo observa esperando que todo salga bien. El público asistente responde con la misma energía, ríe y retroalimenta el espíritu del humorista. El Memo ansioso y acelerado queda fuera del salón, adentro queda el apasionado por la alegría de grandes y chicos; el solidario y el buen trabajador.
“Es bastante divertido, además nos ayuda a salir un poco de la rutina así sea solo por un rato” afirma sonriendo y disfrutando del espectáculo Bernardo Cañón.
Ése es Memo, transformado en Memito al subir al escenario para que al terminar se encuentre con la tarea diaria de ser Memo, el padre, el empresario y el humorista.
Aunque al respecto de ser Memo el padre acepta que por su trabajo le ha hecho falta tiempo: “nos ha dado duro no estar en ciertos momentos con ellos, pero es el trabajo y las cosas no pueden ser como uno quiere que sean, tengo que aceptar las cosas como son”.
Detrás de la risa están los problemas; los defectos, no sólo por su tic nervioso en los ojos sino por esa cortina de humo que lo rodea y que quiere esconder a Guillermo Orozco, el hombre. Pero también detrás de la risa está el buen corazón de Guillermo y de Memito; la buena disposición y la seriedad de un hombre trabajador.
Fernanda Basto Reyes
Periodista LA LUPA
lalupaopinion@gmail.com
Fuente imágenes Cuerpo de Texto: Fernanda Basto Reyes.
El humorista colombiano Memo Orozco realmente es argentino
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