En un contexto globalizado de avances en la
protección a las diversas formas de familia que pueden existir a la luz del
derecho colombiano, la Corte Constitucional da un polémico giro que detiene tal
avance y deja a la espera de nuevas determinaciones (legislativas o judiciales)
la posibilidad de que personas del mismo sexo contraigan matrimonio.
Pareciera ser que muchos en Colombia a la luz del derecho se quedaron sin familia, porque si falta el hombre o la mujer, esta ya no existe, así como si debajo de un mismo techo vive una abuela con sus nietos o una tía con sus sobrinos abandonados. La Corte Constitucional no lo ha dicho, pero por su actitud de mera tolerancia a no definirse jurídicamente sobre lo que significa “familia” en el derecho colombiano, ha dilatado debates que debieron hace mucho tiempo surtirse favorablemente, en especial para las personas del mismo sexo.
Pareciera ser que muchos en Colombia a la luz del derecho se quedaron sin familia, porque si falta el hombre o la mujer, esta ya no existe, así como si debajo de un mismo techo vive una abuela con sus nietos o una tía con sus sobrinos abandonados. La Corte Constitucional no lo ha dicho, pero por su actitud de mera tolerancia a no definirse jurídicamente sobre lo que significa “familia” en el derecho colombiano, ha dilatado debates que debieron hace mucho tiempo surtirse favorablemente, en especial para las personas del mismo sexo.
Este año fue
épico para la discusión, pero no lo fue
en buen sentido. A diferencia de lo que venía ocurriendo, en especial con las
sentencia C-075/07, la cual abrió el paso a que las personas del mismo sexo
pudieran conformar uniones maritales de hecho, y otras sentencias sucesivas que
permitieron el acceso a la sustitución pensional para el compañero sobreviviente.
Sin entrar en tecnicismos y, si bien los motivos que alentaron la ampliación
del régimen patrimonial de protección a todos estos sujetos fueron diversos, el
derecho colombiano parece amparar la igualdad en términos de que una familia,
es decir, la existencia de vínculos personales estrechos y de solidaridad, no
sólo es el núcleo de la sociedad, sino que su conformación es diversa, puede
tener matices y puede existir, como lo dice la constitución, con la simple
decisión responsable de conformarla.
Pero el 2010
vio venir una sentencia que debía cerrar la discusión, pero no lo fue, porque
en vez de decidir algo respecto al matrimonio y así continuar con la directriz
de protección que había caracterizado a la corte constitucional, lo único que
tuvimos fue una sentencia Inhibitoria, es decir, en la cual la corte decidía no
decidir al respecto. Con esto, si bien no se cierra el debate sobre el tema,
queda aplazado para nuevas discusiones; quizá para cuando el honorable
magistrado Pinilla reciba su pensión de jubilación y que el argumento de la
enfermedad mental deje de rondar los pasillos de la Corte. Por el momento, la
lucha jurídica se posterga por cobardía, por miedo de dar el paso que permita
el surgimiento de un cambio social. En cambio, seguiremos siendo el país
católico apostólico y romano de la unidad, en el cual la diversidad cabe,
siempre y cuando no se vea. De nada nos sirve entonces tener una constitución
garante de derechos, rebosante de normas
que protegen la diversidad, si quienes tienen el poder de interpretarla no
pueden ponerse de acuerdo sobre el concepto jurídico de familia o sobre la
procedencia o no del matrimonio homosexual, por la existencia de sesgos
políticos y religiosos que, en cabeza de un juez, no están permitidos. Por ello
no le pido al procurador que deje de pensar lo que piensa, ni al señor
Magistrado Pinilla que deje de pensar que los homosexuales son enfermos
mentales (aunque aquí es aún más grave la situación y podría llegar a pensarse
que esta es incluso una forma de trato
denigrante contra un sujeto social colectivo), sólo que cuando obren en
derecho, se pongan en el lugar que debe ser, bien como procurador, es decir,
como defensor de los intereses de la sociedad (que no de las mayorías), bien
como juez constitucional, en cabeza de quien reposa la guarda e integridad de
nuestra carta magna.
Por el
momento, deberemos esperar que alguien se aleje nuevamente de la cobardía y de
la frialdad que ha caracterizado al derecho colombiano y que de ahí tengamos
una nueva decisión, quizá más garantista, más comprensiva de la importancia del
reconocimiento de la diversidad, y con menos sesgos.
La discusión
sobre lo bueno o malo del matrimonio entre personas del mismo sexo no es mi
asunto, ni el de este breve comentario, ni el del señor lector. Es un asunto
que compete a quien tome la decisión responsable de conformar una familia. La
discusión sobre si el matrimonio entre personas del mismo sexo es un mal que
acabaría con la sociedad parece ser un argumento fuerte, pero no veo en esa
decadencia a la sociedad mexicana, o a la Argentina, ni mucho menos a la
española, con tantos excomulgados que tal decisión de progreso ha causado.
Por el momento
voy a informarle a varios de mis amigos que no tienen familia, según dicen
ciertas autoridades de nuestro feliz
Estado de la Unidad.
Javier Echeverri
Columnista invitado LA LUPA
j.echeverri.d@gmail.com
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