Tomado de: el-nacional.com |
No es el apocalipsis. Es un conflicto que se debe abordar
sin milenarismos. Es Libia. Un país al norte de África, habitado por gente que
se viste y piensa muy diferente a nosotros. Gente de quienes nos hemos forjado una idea
desdibujada, como que últimamente todo
lo de Libia también nos sugiere el infierno por su incomprensibilidad, por su
lejanía, por nuestra enajenación.
Y es que efectivamente Libia
no es un país de iglesias profanas, sino de mezquitas; no es un país de
shakiras y gagas, sino de mujeres
envueltas en misteriosos telares que han aprendido a hablar con las miradas.
Libia es el Islam. Un país amalgamado y enriquecido por las transiciones más
impensadas. Una tierra capaz de parir reyes anacrónicos -uno en pleno siglo XX,
el Rey Idris I- y hasta guerrilleros beduinos, incansables, como Mu´ Ammar Al-Gadafi: aprendiz del canto de la
soledad, dibujante de sueños en la arena.
Libia es sinónimo de
carácter, pero también de sutileza y de calidad de vida. ¿O quién niega la hermosura de una ciudad como Trípoli? Bengazi:
sede de una magnifica escuela de leyes
que enseña en árabe y en inglés, y que forma abogados de Alá, perfectamente
educados en las nociones más complejas del derecho occidental, pero que lo
miran de lejos y con recelo.
Desde los últimos cincuenta años, Libia
ha figurado de la mano de Gadafi como un país con una postura geopolítica clara, alineada al
panarabismo e identificada por su rechazo a cualquier tipo de intervención de las potencias occidentales. Gadafi, más que un dictador, ha sido un ideólogo que
ha sorprendido al mundo entero, ha
redactado tres volúmenes al peor
estilo de los agobiantes tratados de Lenin, y sin embargo totalmente alejados
del marxismo, del liberalismo, de occidente.
Su libro se llama el Libro
Verde: una doctrina extraña
Un tipo curioso este Gadafi, quién además de expulsar a los italianos, logró un mate al
rey Idris, y luego emprendió una agresiva carrera diplomática contra la OTAN,
es decir, fue agresivo, determinista, maniqueo y resonante. Mostró los dientes,
hacia afuera. ¿y hacia dentro? En su
país todo esto se tradujo en un sin
número de expropiaciones; en una sharia, o ley coránica implacable como una
daga. Y sin embargo también se ha reflejado en una inversión social considerable,
capaz de ubicar a Libia como el
país con el mejor ingreso per cápita en toda la región del Magreb.
Y es que justamente por todo esto Libia ha sido considerada
como una piedra en el zapato para las pretensiones occidentales. Y contra lo que se dice ahora, Libia sí que
tiene petróleo y mucho. Detalle que sus enemigos siempre han tenido muy
presente, pues el reciente periodo de
ocupaciones y bombardeos no es sino la voluntad de definir una partida cazada
hace tiempo y que quedó en tablas: a un
lado Gadafi, al otro la OTAN. Ambos juegan sucio, ambos se prueban al máximo: la
OTAN pagando amantes que envenenan a sueldo; Gadafi enamorándolas.
Por supuesto, el líder libio también ha cometido incontables errores, como
eso de quemar libros y merecer el apelativo del “rostro duro de los árabes”. Pero
si por allá llueve, por aquí no escampa. Me refiero a la postura occidental, siempre tan frágil e hipócrita, que
tampoco puede explicar del todo el hecho de que Francia haya sido durante mucho
tiempo el principal proveedor de armas al régimen que hoy declara como su
principal objetivo.
Concluyo con lo siguiente: escribí este artículo hace tiempo atrás. Ahora no sé muy bien qué pasó con Libia. A duras
penas sé de un invierno que se lo tragó todo.
Andrés Braun
Columnista invitado LA LUPA
lalupa@gmail.com
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