sábado, 12 de diciembre de 2009

Opinión - Y COLOMBIA SIGUE DORMIDA...


Cómo es posible que después de lo sucedido con Nicolás Castro (ya todos conocemos la noticia, creo que no es necesario reproducir de nuevo su historia) los colombianos continúen tranquilamente por las calles, en sus casas y trabajos, como si este hecho no les afectara directamente. Es decir, la situación en el país empeora diariamente y ellos tan campantes, hipnotizados viendo televisión y lucecitas de navidad, mientras la libertad de expresión, la justicia y la seguridad se convierten cada vez más en palabras vacías y utópicas; la patria de testigo indiferente y culpable observando, silenciosa, su exterminio.




Es un cúmulo de acontecimientos y de realidades que con el tiempo se van dispersando y olvidando, una tierra que sufre desmemoriada sus tristezas, agacha la cabeza una y mil veces hasta que el dolor no se siente y la agonía perdura.

Quiero expresar con esto que los colombianos nos quedamos, con pocas excepciones, impávidos y maniatados frente a una situación que nos amenaza directa o indirectamente, las acciones son mínimas cuando de defendernos se trata, pero cuando acusamos al otro sí damos el cien por ciento.

Sin hacer un recuento de cada suceso que se ha vivido en Colombia, sí me parece justo y necesario que recordemos las experiencias que hemos vivido, y no necesariamente presenciado a través del tiempo, que ahora repercuten e influyen en la sociedad.

Hablando de injusticias y de indiferencias es imposible dejar de mencionar el caso de Luís Alfredo Garavito, reconocido asesino y pederasta colombiano, quien debería estar bajo prisión el resto de su vida, pero la ley dicta una pena máxima de 60 años, y como si fuera poco saldrá libre pronto, ya que por buena conducta y por colaborar en la recuperación de los cadáveres, su condena será entre 12 y 16 años, es decir, casi la misma condena que se aplicaría al muchacho por haber proferido amenazas en facebook, “comprometiéndose a matar” al delfín de Uribe.

Para completar lo ridículo que resulta la "legalidad" en Colombia, tenemos paramilitares y criminales de toda clase haciendo libremente su “trabajo” avalados por instituciones y patrocinadores oficiales. Realizan masacres en los pueblos y ciudades; campesinos, indígenas, mujeres y niños son víctimas de la violencia y la indolencia de los colombianos. Los Uribe Moreno, por ejemplo, dejan sin trabajo a miles de familias humildes que subsisten gracias al reciclaje; crean empresas como la C.I. Salvarte Ltda, que supuestamente manejan un perfil de solidaridad y compromiso con los artesanos indígenas de Colombia, cuando somos conscientes de que el porcentaje que Jerónimo y Tomás Uribe destinan al arduo oficio de sus trabajadores es tan sólo del diez por ciento de las ganancias, lo demás se lo quedan los dulces angelitos. A ellos nadie los juzga, no los recriminan ni los acusan, ¿por qué? Sencillamente porque son los hijos del Presidente. Personalmente los declararía culpables por estas razones entre otras que prefiero abstenerme de mencionar por el momento.

En este caso, sí defiendo a Nicolás Castro.

Lo defiendo por ser uno de los presos civiles que tiene este gobierno corrupto e injusto. Al margen de si obró bien o mal, lo defiendo por no guardar silencio y denunciar lo que muchos no se atreven ni a nombrar, y por eso está privado de su libertad. Por lo que él representa: una mezcla entre esperanza e indignación de unos pocos que todavía expresan lo que sienten y no son títeres del sistema, mientras unos cuantos sí se encargan de matar y reprimir al inconforme. No aplaudo ni comparto sus ansias de venganza, aplaudo que carezca de indiferencia y rescato en él la capacidad de dolerse del sufrimiento ajeno, por sentir aun el dolor sin atenuantes.




María Antonieta Mora Bravo
Periodista LA LUPA
lalupaopinion@gmail.com


Fuente Imagen Sumario: gran_cierre-redvoltaire.jpg

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