Cada dos meses, el jardín de la Virgilio Barco se inunda de trajes que aluden a Japón. El Harajuku es una cita para los que comparten los mismos gustos, para los que no olvidaron las series de anime con las que crecieron y las disfrutan tanto como en la infancia.
-¿Qué pasa abuela?
-Horrible… ese no es mi nieto.
A Orlando no parece importarle la reacción que obtiene de quien lo ve caminar con sus labios y uñas negras, la cara pintada de blanco y el pelo largo, rojo y alborotado. Tk, como le llaman sus amigos, mide cerca de 1.90 m, tiene 21 años y estudia filosofía. Él, al igual que muchos, hoy tiene una cita que cumplir.
Casi a las 2 de la tarde el exterior de la biblioteca Virgilio Barco, se halla en un silencio digno del que lo busca para leer o concentrarse. Poco a poco, las terrazas diseñadas por el arquitecto Salmona y los pequeños montículos que se encuentran a su alrededor son adornados por varios grupos de jóvenes que llegan de todas las direcciones. Los visitantes, desvían las miradas de familias y transeúntes que disfrutan del domingo. “Yo nunca había visto una vaina así”, comentan dos amigos que se encontraban dando un paseo en bicicleta.
La inundación de trajes de artes marciales, vestidos victorianos, kimonos, máscaras, pintura en la cara y pelo en jóvenes entre los 14 y 23 años, hace que la mirada del que no esté relacionado con el encuentro no sepa a dónde dirigirse y los oídos no distingan entre los nombres, pronunciados en un idioma tan diferente al español. Se trata de la celebración de la sexta versión del “Harajuku”, una de las reuniones de los amantes de la cultura japonesa en diferentes facetas y manifestaciones.
A la mayoría de estos jóvenes, su interés por el anime los llevó a fascinarse con lo japonés. Empezaron viendo las series infantiles, las mismas que la mayoría de su generación recuerda. A nadie que hoy tenga 20 años le es ajeno nombres como “Sailor moon”, “Caballeros del Zodiaco” y “Pokemon”. Pero las personas que asisten al Harajuku se interesaron más, continuaron con los –openings- o canciones introductorias, hasta llegar a imitar los trajes de sus personajes favoritos para fiestas y Harajukus. Taku, o Daniela como la bautizaron sus papás, de 17 años, mezcla el negro y el blanco en su ropa de estilo victoriano, tiene un mechón azul en su cabello, y sostiene que lo que más le atrae de la cultura japonesa es la innovación, porque según ella, no es nada parecido a lo que haya visto antes.
Unas horas antes, Tk preparaba en su apartamento con Leonora, su mamá, los efectos de maquillaje. Según ella, el personaje elegido para ser caracterizado esta vez no requiere tanto trabajo como en otras oportunidades. Se trata de uno de los integrantes de Opera Versailles, un grupo de metal japonés. Mientras movía su cabeza al ritmo del rock de Rammstein, Leonora aseguraba que además de compartir muchos gustos como la música y los libros de vampiros con su hijo, no le molesta en absoluto que este asista a eventos como el Harajuku. “A mí me gusta que él haga lo que quiera… mientras no esté desvalijando carros está bien. Además yo tengo cuatro hijos varones y jamás me imaginé estar maquillando a uno”, decía poniendo delineador rojo en uno de los ojos de Tk para crear el efecto de estar “inyectado con sangre”.
Mientras Tk buscaba un cepillo para su larga cabellera entre medias, paquetes de comida medio llenos, montones de fotocopias, zapatos, la ropa que no se sabe si usó ayer o la semana pasada, contaba que no se preocupa si la gente con la que estudia lo entiende o no. “A mí me importa muy poquito lo que piensen”, decía Tk, acompañando la expresión un movimiento de sus manos.
En una amplia zona verde del jardín de la Virgilio, las tres organizadoras, del grupo Quimera se esfuerzan por llamar la atención de la mayor cantidad de personas, esta vez el acto central es una pequeña clase de artes marciales. A Tk no le interesan los trucos de defensa personal, ni hacer nuevos amigos, aprovecha para hablar y compartir experiencias las personas que ha conocido en alguno de los 80 foros virtuales en los que asegura estar inscrito.
Acabada la sesión de aprendizaje, el espacio queda abierto para el picnic. Las personas se dividen entre varios grupos que se sientan en el pasto, haciendo círculos alrededor de colombinas, gelatinas, gaseosas, fresas con chocolate, entre mucha más comida. Hay grupos en los que se tratan temas específicos de juegos de video, juegos de roll o personajes de las series, otros simplemente disfrutan de la comida.
En uno de tantos círculos se encuentra Normapanaku (Foto) o Juan Pablo Castilla, de 19 años, está acurrucado con un rosa roja entre la boca y sostiene su rostro muy cerca al de una chica. Lleva una gabardina negra que llega hasta sus tobillos, un chaleco en paño del mismo color con rayas verticales azul oscuro, pantalón y zapatos negros formales. El detalle de color en el joven lo da la corbata roja sobre su camisa blanca y un anillo color verde que muestra a la cámara cuando se le toma una foto. “El Harajuku me ha dado una novia, me ha dado amigos, es mi vida social y créeme, no la cambiaría por nada”, afirma Juan echándole una mirada al grupo donde minutos antes se encontraba.
Mañana, cuando el joven asista a sus clases de derecho volverá a llamar la atención a quienes le rodean, volverá a ser objeto de malas miradas y críticas y se verá tan solo como al comienzo del Harajuku, cuando no había llegado su novia, esa para la que sostenía la rosa en el momento del picnic. Tk volverá a ser Orlando, el mechudo de filosofía que siempre anda solo, tendrá que esperar a que sea sábado en la noche para encontrarse con algunos de sus amigos alrededor de los juegos de Rol o en su defecto dejar pasar dos meses hasta el próximo Harajuku.
Laura Díaz
Periodista LA LUPA
lalupaopinion@gmail.com
Fuente fotografías: Laura Díaz.
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