Crónica - CRISTIANISMO RENOVADO

Hasta donde lograba ver las filas, calculé unas mil personas esperando el inicio de la última sesión de las cuatro que ocurren los domingos, en la iglesia cristiana “El Lugar de su Presencia” de Bogotá .


El sol comenzaba a desplazarse hacia el horizonte occidental de la ciudad. Mientras, varias cuadras a la redonda iban colmándose de personas, que pacientemente esperaban en largas y ordenadas filas el momento para entrar.

Domingo 21 de Noviembre del 2010.

Transeúntes y pasajeros de Transmilenio que pasaban por la Avenida Suba con Calle 95, quedaban perplejos al encontrar tantas personas aglomeradas en ésa zona de Bogotá. A algunos se les notaba saber por qué cada domingo desde las cuatro de la tarde llegaba esa gran cantidad de seres humanos a ubicarse en las filas, aguantando sol en un ambiente frío; se les oía comentar: “eso es como un DMG religioso. Te convencen y te ponen a pagar diezmo”. Reían y continuaban en su camino.  Otros que no comprendían qué iba a suceder, curiosos se acercaban y preguntaban, “¿Qué es lo que está pasando?”.

Hasta donde lograba ver las filas, calculé unas mil personas esperando el inicio de la última sesión de las cuatro que ocurren los domingos, en la iglesia cristiana “El Lugar de su Presencia” .

En la fila que me encontraba, las personas hablaban poco. Si se atrevían a hablar entre sí, lo hacían con pequeños susurros y ademanes. Aunque estábamos al aire libre, nadie era impaciente. Familias, parejas y muchísimos jóvenes y niños  estaban quietos y tranquilos, posiblemente preparando sus mentes para las palabras de su pastor de procedencia australiana, Andrés Corson (foto).

Desde afuera, uno logra ver lo que pareciera ser una moderna casa. Pero no se imagina el inmenso auditorio que hay tras ella. En total, la iglesia ‘El Lugar de su Presencia’ cuenta con doce edificios distribuidos en dos manzanas del barrio ‘La Castellana’, en donde se ubican distintas casas de oración y capacitación, auditorios, oficinas y hasta un sitio de consumo abierto al público, llamado ‘Coffee & Jesus’.

El auditorio principal, al que estaba ingresando, tiene un agradable lobby por donde se encuentran las entradas al gran recinto y algunas otras puertas, entre ellas una para entrar a camerinos. Antes de ingresar, al visitante se le hace entrega de un folleto con algunas palabras del pastor Corson, mensajes bíblicos y un espacio cuadriculado para que el fiel tome apuntes sobre la predicación. Junto al folleto se entrega también un sobre con una impactante decoración (como todo en ‘El Lugar de su Presencia), para que la persona lo diligencie con sus datos personales, los motivos de su ofrenda y la cantidad de dinero que se introduce en él.

Al ingresar al gran auditorio, quedé realmente sorprendido. Es un espacioso lugar, que cuenta con un amplio escenario y la cantidad de sillas necesarias para que ni un solo centímetro sea desaprovechado. Las paredes están cubiertas con lujosas piezas curvas en madera oscura y el techo consta de una gran instalación de luces y aparatos audiovisuales, que son cubiertos por el mismo tipo de decoración de las paredes. Da la sensación de ser un lugar serio, pero atractivo por su moderno diseño.

A los dos costados del escenario, existen dos pantallas gigantes (parecidas en tamaño a las utilizadas en conciertos masivos), en las que son proyectadas las imágenes de todo el culto. También son aprovechadas, para poner letras de canciones y versículos bíblicos, en los que se fundamenta la predicación.

Me senté en la fila que muy ordenadamente el despliegue de un numeroso equipo logístico con tecnológicos aparatos de comunicación, me indicó. En cuestión de veinte minutos, todo el auditorio se llenó de personas. Ninguna parada, a excepción del equipo de producción audiovisual y algunos de la misma logística.

Me di cuenta de que el momento de iniciar se acercaba, porque las personas del staff (como decía en sus camisetas)  de la iglesia comenzaban a correr de un lado a otro conectando cables, susurrando por sus micrófonos y poniendo vasos de agua sobre el escenario en puntos estratégicos.

Contrario a lo que pensé en un principio, el primero en montarse al escenario no fue el pastor Andrés Corson, ni la bienvenida, a alrededor de dos mil quinientas personas que estábamos sentados en el auditorio, fue dada por él.

Humo blanco comenzó a recorrer el escenario y el vibrante sonido de una batería prendió la fiesta en el auditorio. Los fieles comenzaron a pararse de sus sillas para aplaudir, gritar, saltar, sonreír y festejar. A medida que salían los integrantes de la banda de rock gospel ‘Su Presencia’, me encontraba dentro de un mar de algarabía.

Todo un performance de luces y  rock, abrió el culto religioso. Algo que nunca imaginé, pensando erróneamente en el prototipo de ceremonias religiosas católicas. Fue un concierto de cerca de veinticinco minutos protagonizado por la banda que nació en ésa iglesia, y que ha viajado por el mundo, presentándose en los más famosos escenarios de gospel. Entre cada canción, la música se tornaba suave para que su vocalista principal Juan Muñoz hiciera algunas alabanzas al “señor”. Las personas lo seguían con sus manos en alto y los ojos cerrados. Yo simplemente no dejaba de grabar aquellos momentos en que veía una muy buena banda musical, en la que ninguno de  sus integrantes pasaba los veintitrés años. La gente los amaba. Fueron los primeros líderes religiosos que conocí en ésa iglesia.

Culminada la presentación musical de ‘Su Presencia’, un señor de camisa morada por fuera de sus blue jeans, totalmente calvo y con una hoja en su mano, subió al escenario para tomar el micrófono. En ése momento todavía no entendía que éra él, el afamado pastor Corson.

Sin saludar, el hombre dijo: “la próxima semana realizaremos una donación a una fundación para que proporcione regalos de navidad a niños de muy escasos recursos. Sabemos que si cada persona pone dos mil pesos, la iglesia cumpliría con el objetivo de la donación. Pero como también sabemos que no todo el mundo pone sus dos mil, entonces ponga usted veinte mil pesos y cumplamos con esta buena obra. Éste es el momento perfecto para que diligencien sus sobres. ¡Ah! Por favor no vengan aquí a contarme que tienen una fundación a la que podemos realizarle la donación, nosotros ya elegimos la nuestra”. Ni una palabra más. Ni una palabra menos: eso fue lo que dijo. Por eso nunca imaginé que fuera el pastor del que todo el mundo habla.

Luego, el ‘show’ continuó. Un grupo de bailarinas, con atuendos que no dejan escapar nada del cuerpo femenino al ojo del espectador (a excepción del cuello, las manos, la cara y los tobillos), llevaron la ceremonia a otro nivel de festejo, con sus veloces, creativos y atractivos movimientos, al ritmo de una canción (desconocida para mí) de pop gospel. Algo así como Rihanna con letras de alabanzas al “señor”.

Posteriormente, el hombre calvo, de gafas y acento un tanto extraño, volvió a subir, ésta vez con una Biblia, un bolígrafo y una hoja en blanco. Tomó el micrófono y por fin, luego de casi cuarenta minutos del evento, saludó a los presentes. Sí era él, lo confirmé.

Para este momento, yo estaba en el nivel de shock más profundo. Hay que aceptar que no es fácil entender que una ceremonia religiosa se lleve a cabo con música fuerte, luces atractivas, humo y mucho ritmo. Fue extraordinario para mí, que sólo había experimentado en mi vida algunas aburridas liturgias en iglesias católicas.

Andrés Corson empezó su predicación. Con un discurso muy dinámico, entretenido y voraz, empezó a hablar sobre “el manto” que una persona debe dejar en todos los seres humanos con los que se relaciona. Hablaba sobre las energías que transfiere hacia su alrededor una persona, a través de su actitud y comportamiento. Mensajes serios, que cualquiera podría aprender de ellos. La gran diferencia, es que lo hacía soportado en versículos de algunos salmos y evangelios de la Biblia, contextualizando el antiguo mensaje del sagrado libro, a las actividades diarias de una persona contemporánea.
Entre chistes, experiencias de su vida personal y mensajes bíblicos, predicó durante más de media hora, el mensaje que había preparado para la sesión del domingo.

Finalizando su discurso, al parecer es tradición suya, convocar a las personas que están visitando la iglesia por primera vez, para que se pararan de sus sillas. Dudé en hacerlo, pero luego me arriesgué a experimentar. Me paré aún con mi cámara prendida, esperando qué pasaría entonces.  El pastor Corson ordenó a todos los fieles elevar sus manos y dirigirlas hacia el ‘nuevo’ que más cerca tuvieran. Luego comienza a orar, con un profundo deseo de enviar “prosperidad y salud para estas nuevas personas que nos acompañan. Señor, convéncelos de tu presencia”.  Es en ése momento cuando, según los cristianos, el espíritu se apodera de las nuevas personas, con una sensación de calor en la cabeza. Yo defino ésa misma situación, como una profunda pena por ser (de cierta forma)  el centro de atención de miles de hombres y mujeres. Lo cual constituye un momento bochornoso, que naturalmente provoca un enrojecimiento de los cachetes y un bombeo contundente de sangre en la cabeza, que produce calor. A mi forma de ver.

Posteriormente, el pastor nos dice a los ‘nuevos’ que nos dirijamos hacia las personas del staff, que nos esperan en los pasillos. Al llegar allí, una persona me abrazó y, sin darme cuenta, puso un sticker sobre mi chaqueta, con el que de ahí en adelante todo el equipo de logística me identificó como ‘nuevo’ en la iglesia. La misma persona dijo que me dirigiera hacia el final del pasillo, donde otra reconoció mi sticker y me  orientó hacia una tercera persona. Aquella mujer también me reconoció y me envió a cruzar una puerta de madera, hacia un salón donde estaban unas cuarenta personas más.

En el pequeño salón, decorado con litografías del pastor y la iglesia, ofrecen a los nuevos visitantes un café o un jugo con un Donut. Luego llegan tres personas de gran habilidad oral. La primera, una mujer atractiva,  se presenta para hablar de forma sensacionalista sobre su experiencia, de cómo haberse congregado en la iglesia ‘El Lugar de su Presencia’ le cambió la vida y le solucionó todos sus problemas. Explicó que por eso ahora dedica su vida al desarrollo de la iglesia.

Luego, dos hombres realizan una breve descripción de los privilegios (mundanos, eso sí) a los que accede el cristiano que se congrega en la iglesia, entre los que se encuentran participar en eventos y capacitaciones religiosas.

Posteriormente me dieron  una calurosa despedida, me entregaron una serie de regalos promocionales (dvds, afiches y postales) y me dejaron en la fría calle, bajo la luz lunar, un poco desorientado y con el sentimiento de miles de contradicciones en mi ser, en ésa noche de noviembre.

Esteban Alvarán Marín

Periodista LA LUPA

lalupaopinion@gmail.com